En el primer cuadro, Juan, hombre de «de su tiempo», con sus puntos de vista «eficaces» y filisteos, dialoga con Berenger, espíritu sencillo de abatida sinceridad. Sus frases sonoras y la vacuidad de sus actitudes siempre circunstanciales están como reclamando la exteriorización de un intenso proceso de rinoceritis, es decir, de insensibilización humana. Es entonces cuando irrumpe impetuoso el primer rinoceronte por las calles de la población. Y desde ese mismo momento entra en juego para aquel ambiente humano un mecanismo psicológico encaminado a la elusión subconciente del hecho, a la conformidad embozada con el mismo, movido siempre por actitudes previas de pereza mental, de cobardía interior y de abandonismo profundamente arraigado. Así, a los pocos momentos de la extraordinaria sorpresa, ya nadie habla de lo inconcebible de la aparición, sino del número de cuernos o de las razas de rinocerontes.
Enseguida comienza la absurda transformación de los hombres en rinocerontes, esos paquidermos extraños e insensibles, que parecen nativos del planeta más alejado de éste en que habita la raza humana.
El mecanismo mental por el cual los hombres «se sitúan» ante la rinoceritis, y la actitud que los rinoceriza seguidamente, es siempre la misma: aceptación del hecho como algo irremediable, como una evolución necesaria (es «el viento de la Historia»); ensayo de universalización del fenómeno buscándole antecedente similares en otros países o en otra época; puesta en discusión de los principios teóricos o morales en virtud de los cuales el fenómeno resulta inaceptable (en este caso, la superioridad de la humanidad sobre la animalidad, los límites de la cordura y de la demencia, etcétera); en fin, exaltación de los aspectos en que pueda sobresalir el hecho o realidad de que se trate (en este caso, de la fuerza, salud y poderío del rinoceronte).
Ante el hecho consumado, la epidemia de rinoceritis se extiende incontenible, el mecanismo mental se pone en movimiento para el hombre masificado, previamente dispuesto para cualquier género de adaptación dirigida: «siempre hubo cosas así», «salgamos al encuentro de lo que nace y seamos sus pioneros», «en otros sitios están peor», «tiene esto cierta grandeza»…
Parece indudable que el autor rumano ha conocido algunos de los diversos «hechos rinocéricos» que ha sufrido las diversas naciones, con la consecuente degradación de la personalidad de sus miembros: la irrupción en tantos países de un ejercito de ocupación extranjero con la creación de absurdos gobiernos Quisling; la aparición en este otro de un barbudo demencial que impone su ley; la entrega de aquel otro a bandas rivales de negros antropófagos; la erección más allá de la arbitrariedad como modo permanente de gobierno…En el horizonte final, la universal rinoceritis letárgica que, en nombre de la Democracia y de la Humanidad, anula la personalidad de los humanos frente al «viento de la Historia»
Lo más profundo de Rhinoceros quizá sea la elección del tipo humano que resiste a la adaptación rinocérica y se salva, él solo, entre los demás hombres. No se trata de ningún puritano u hombre de claros y declarados principios; antes lo contrario, son los hombres de esta clase los que se muestran más dóciles y vulnerables a la epidemia, los que con mayor facilidad encuentran argumentos de transición para adaptarse. Berenger, el protagonista, es un hombre humilde, sencillo y un tanto bohemio. Un hombre respetuoso ante los sabios y eficaces que le rodean, que no afirma nada con énfasis ni contraría la opinión de los demás. Berenger sabe, sin embargo, que la humanidad es superior a la animalidad, que entre la cordura y la locura hay un límite, y que convertirse en rinoceronte es absurdo. Y sabe todo esto «intuitivamente», aunque no sepa definir la intuición más que como un saber «por las buenas».
Pienso que en nuestra sociedad masificada y estatista, donde la rinoceritis alcanza hoy los más altos niveles, esta pieza de Ionesco debe producir la misma impresión que si a los tripulantes de una vieja y carcomida embarcación se les mostrara al vivo cómo empieza a hacer agua y a hundirse una vieja y carcomida embarcación.
(Rafael Gambra Ciudad. El silencio de Dios)
La derecha actúa como el «vagón», siempre a remolque de la «locomotora» que es la izquierda. Siempre aceptando los avances y conquistas de la revolución. Sin proyecto cultural, sin espíritu de «reconquista», de «restauración». Solo «actitudes previas de pereza mental, de cobardía interior y de abandonismo profundamente arraigado». Ya observó Jaime Balmes que «El partido conservador es conservador de la revolución». Es buenísimo este fragmento del inolvidable Rafael Gambra. Cuantas «rinonceritis» hemos sufrido en los últimos 40 años: la «rinonceritis» del progresismo, del neomarxismo cultural (en realidad liberalismo radical): ideología de género, animalismo, trans-humanismo, sociedad multicultural, lenguaje inclusivo etc. Menos mal que siempre queda una selecta minoría de los que no ceden nunca y a los que a posteriori se les reconocerá el gran mérito de no haber perdido el juicio ni el sentido común, que es en última instancia lo que supone la epidemia de la «rinonceritis».
En nuestros barrios, de repente apareció una mezquita, luego dos, luego trescientas…de repente dejaron de oírse las campanas de nuestros campanarios, ya sólo se oye el aḏān del almuédano desde el minarete de la mezquita.
Sólo «Berenger» dice: España es cristiana, no musulmana; y es de locos que nuestros barrios y pueblos se llenen de los seguidores del falso profeta Mahoma.
RINOCERITIS!!!!!!!!!!!!!!1