Francisco Elías de Tejada es junto a Rafael Gambra uno de los pilares del pensamiento tradicionalista hispánico contemporáneo. Elías de Tejada es el cantor de las Españas áureas y de la Monarquía Tradicional. Cree Elías de Tejada que el tradicionalismo, en sus fundamentos últimos, responde a dos principios:
«La afirmación del hombre como ser histórico, con la consecuencia de que es la historia la que fija el ordenamiento social y político más conveniente; y sostener que el quehacer humano forjando la historia ha de estar encuadrado dentro del marco metafísico que rodea toda actividad humana: la del orden universal por Dios establecido. Historicismo sujeto a teocentrismo es la raíz del pensamiento tradicionalista, a tenor de la concepción cristiana del hombre como realidad metafísica libre pero forzosamente sujeta a la historia».
A Elías de Tejada debemos la ya clásica distinción entre Cristiandad y Europa, y sus famosas fracturas:
«Porque Europa no es para nosotros, los tradicionalistas españoles, simple noción geográfica, al contrario, Europa es idea histórica, y por histórica polémica, que sustituye sobre las tierras del Occidente geográfico a la Cristiandad medieval, Europa nace de la ruptura del orden cristiano y teocéntrico medieval, cuando Lutero rompe la unidad religiosa, Maquiavelo paganiza la ética, Bodino inventa el poder desenfrenado de la souveraineté, Grocio seculariza al intelectualismo tomista en el derecho, Hobbes seculariza en el derecho el voluntarismo scotista y por último quiebra la jerarquía institucional con los tratados de Westfalia. Por lo cual Europa posee una carga de doctrinas propias, opuestas a las de la Cristiandad. La Cristiandad fue organicismo social, visión cristiana y limitada del poder, unidad de fe católica, poderes templados, cruzadas misioneras, concepción del hombre como ser concreto, parlamentos o cortes representativas de la realidad social entendida como corpus mysticum, sistemas legales o «forales» de libertades concretas. Europa es entendimiento mecanicista del poder, neutralización secularizada del mando, coexistencia formal de credos religiosos, paganización de la moral, absolutismos, democracias, liberalismos, guerras nacionales o de familia, concepción abstracta del hombre, Sociedad de naciones, ONU, parlamentarismos, constitucionalismo liberal, protestantismo, repúblicas, soberanías ilimitadas de príncipes o de pueblos, antropocentrismo para regla de la vida y los saberes».
España, tras haber sido derrotada en la defensa de la Cristiandad, se va a constituir en christianitas minor, cerrada en un primer momento a las influencias europeas, de modo que, en otro posterior, tras la íntima escisión espiritual provocada por la irrupción en su seno de la Ilustración, el tradicionalismo resultará una suerte de christianitas minima. Por eso el tradicionalismo hispánico, a través de la monarquía hispánica y la segunda escolástica, enlazó directamente con la Cristiandad medieval y el tomismo. Nunca se interrumpió, pues, entre nosotros la línea de la tradición católica, en combate sin tregua ni cuartel contra-tras la primera batalla con la Protesta-todas las infiltraciones europeas, absolutistas en el siglo XVIII, liberales en el XIX, democráticas, fascistas o socialistas en el XX. Siempre aferrados a la restauración de la sociedad como conjunto de instituciones autárquicas, expresadas en «Fueros» concebidos como sistemas de libertades políticas concretas, coronadas por la monarquía legítima, federativa y misionera, rindiendo todos culto en espíritu y verdad al Dios verdadero.
¿Qué es una política popular? Aquella en que se gobierna CON el pueblo
Paréceme interesante traer a esta encuesta la palabra de la Tradición de las Españas, ya que es una de las voces cuyo resonar compuso la alegría limpia y española del 18 de julio.
Para la Tradición de las Españas es «Popular» aquella política en que se gobierna CON el pueblo.
Porque hay tres posturas:
A- El liberalismo democrático. Sostiene que el Poder viene del pueblo y que todo orden político está establecido ahistóricamente, abstracta y racionalisticamente POR la voluntad en un arranque incoherente y momentáneo, sea através de plesbiscitos generales o de elecciones específicas. Es la actitud que en realidad desconoce qué sea el pueblo, por que lo reduce a la noción amorfa y pulverizada de lo que Francisco Suárez llamaría «multitud», coexistencia inorgánica que nada tiene de común con la sociedad independiente y membrada, integrada por comunidades autárquicas y libremente constituidas que es la verdadera calidad del pueblo.
B-El totalitarismo, desde los absolutismos de cuño protestante basados en la secularización de la idea del carisma a los totalitarismos del siglo XX, tanto en las oligarquías fascistas cuanto a las comunistas. Sustentan que el Poder viene irracionalmente, caprichosa y oscuramente desde un plano ajeno al común de la sociedad, gobernándose PARA el pueblo pero SIN el pueblo, niño torpón carente de educación política y de tino para saber qué le conviene. Esta actitud suprime lisa y llanamente todo lo que no sea el agente que de hecho manda, no estimando al pueblo ni en su acepción verdadera ni en la falsa acepción liberal de la multitud desorganizada.
C-El pensamiento tradicional de las Españas. Defiende que el Poder viene de Dios A TRAVÉS del pueblo y que su ejercicio ha de tener lugar CON el concurso del pueblo.
Es la teoría de las dos representaciones políticas, con arreglo a la cual todo Poder viene de Dios; por derecho natural, el Poder encarna en la comunidad por el mero hecho de existir ésta, cediéndole ésta en un acto de derecho positivo e histórico a una institución de uno, de pocos o de muchos (legitimidad de origen), la cual será legítima mientras gobierne dentro de los principios del derecho natural (legitimidad de ejercicio). Ahora bien, la comunidad que así cedió permanentemente su poder de gobierno a una institución, resérvase el frenar y tomar cuentas de su ejercicio a través de otras instituciones que representen los intereses del hoy frente al Poder encarnado en la institución que gobierna.
Tal fue en la monarquía tradicional de las Españas la doble representación: del Rey cuyo Poder no viene del pueblo de hoy, porque representa la voz de los muertos y de los que nacerán, o sea, la permanencia misma de la Patria; y de las Cortes, que representan la regulación del ejercicio de aquel Poder real, independiente de ellas, desde el punto de los intereses de la coyuntura histórica. Por eso las leyes las hacía el Rey, siendo redondamente falso cuanto especuló el canovismo decimonónico y sus secuaces actuales sobre una participación de las Cortes en la potestad legislativa; lo que las Cortes hacían era exigir buenas leyes y procurar que fuesen cumplidas, pero desde fuera de la potestad legislativa, manejando el arma de su potestad de conceder o denegar dineros; poseían una potestad económica capaz de influir en la legislativa, pero jamás potestad legislativa propiamente dicha, que estuvo reservada exclusivamente al Rey.
La cumbre del pensamiento político hispánico es el riquísimo de la Cataluña clásica y dentro de él la ocasión de Caspe. Allí se ve al Poder real cosa distinta de las Cortes, que son la voz del pueblo. Cuando los reinos de la corona aragonesa vierónse huérfanos de monarca, transformándose sus Cortes en Parlamentos, jamás pensaron que fuese facultad del pueblo elegir rey, tal como resultaría de aplicar la regia liberal de que el poder se establece POR el pueblo en Cortes, sino que plantearon certeramente la cuestión como problema jurídico y no político de RECONOCER el sujeto concreto de aquel Poder real que de las Cortes no emanaba; y una vez resuelta la cuestión, cuando hubo un Rey RECONOCIDO por los compromisarios jueces y no CREADO políticamente POR elección del pueblo, reasumieron por entero su función propia: procurar que Fernando I legislase y gobernase rectamente.
En el fondo, la entera cuestión redúcese a tres posturas antropológicas; el liberalismo parte del optimismo, niega la sociedad organizada, prescinde de la Historia y juzga ser Popular el gobierno POR la multitud que los demócratas apellidan arbitrariamente pueblo; el totalitarismo arranca del pesimismo antropológico y cree son los humanos tan necios que lo oportuno será gobernar PARA ellos pero SIN ellos, desde el funesto Carlos III a las dictaduras del proletariado que preparen la «felicidad» marxista; el tradicionalismo de las Españas estima que el hombre es un ser falleciente y en consecuencia defiende haya un Poder que por encarnar en una institución no está sujeto a las avalanchas contradictorias de cada huracán pasional de las gentes, pero que sin perder su independencia institucional gobierna CON el concurso de los representantes del pueblo verdadero, esto es, de la sociedad organizada y libre: organizada frente al liberalismo, libre frente al totalitarismo.
Respuesta de Francisco Elías de Tejada. Pueblo, Encuesta de tercera página, 21 de Febrero 1961.
El municipio, como la familia, arrancan de una sola realidad humana: la condición ineludible de ser el hombre un ser concreto, de vivir su existencia dentro de un cuadro de valores por él nunca libérrimamente hallados, sino con los cuales se topa de bruces apenas abre los ojos a las luces de la vida; de que su saber sociológico le viene de una línea y en un lugar que él no determino, empero en los que se encontró situado por el mero hecho de nacer. Todas las teorías totalitarias de la apoteosis del Estado, igual que todas las teorías anarquizantes de la deificación del individuo abstracto quiebran, añicos de cristal de vaso roto, al choque con esta verdad indiscutible.
Sangre y suelo, familia y municipio, hácennos ser lo que somos, nos guste o no nos guste. La fuerza de los factores sociológicos es más eficaz que el oportunismo de las decisiones arbitrarias. Nunca fue el hombre un algo abstracto ni nunca poseyó derechos abstractos como los que les regalaron las sucesivas Declaraciones de los derechos del hombre en la pomposa vacía literatura que corre desde la Revolución francesa hasta la ONU contemporánea….
De ahí la primacía de estas entidades menores sobre el Estado, encarnación y sujeto del poder político supremo…dentro de una comunidad, el poder político no es más que el rector que coordina el funcionamiento total del organismo comunitario fundiendo las voluntades esenciales y armonizando los varios sectores del conjunto colectivo. Al lado de ese poder político supremo existen otras entidades más entrañables, más cercanas, más próximas, con las cuales nos identificamos por el mero hecho de nacer. Las sociedades son vergeles y no desiertos gobernados por el sol quemante del poder político. Son un equilibrio fecundo, donde lo político estatal es la fuerza unificadora, nunca la potestad onmicomprensiva. El Estado que pretendiera abarcarlo todo, reduciendo a montón de cenizas las entidades que son anteriores a él en el tiempo y superiores a él por el derecho natural, sería un Estado suicida…Siendo fortuna para el Estado el fracaso en el empeño por deshacerlas. Porque, de haberlo conseguido,el Estado hubiera acabado por destruirse así propio, vaciando el contenido de su entraña. Al querer abarcarlo todo no hubiera encontrado nada que abarcar. La personalidad de derecho natural de las entidades colocadas debajo del Estado, o sea de la familia y del municipio, son en consecuencia tanto como afirmaciones jusnaturalistas, realidades sociológicas imposibles de suprimir ni de desconocer. Están plantadas ahí, en el centro de la vida humana, por los primeros y fundamentales eslabones que enlazan a cada individuo con el resto de los individuos con quienes convive. Desconocidas o asumidas por las legislaciones, su función es ineludible siempre. Preceden al Estado, sirviéndole de apoyo y de cimiento.
Las pretensiones modernas de destrozarlas son el reflejo de los afanes de destrucción que animan a las revoluciones. Pero ambos, familia y municipio, son mas fuertes que todas las revoluciones posibles, pues sin ellas el hombre nunca sería aquello que es. Y un día no lejano, cuando los huracanes de la Gran Revolución que hoy desmantelan a la humanidad pasen más allá de los linderos del presente, las volveremos a contemplar de pie, enhiestas y seguras, tras las noches del actual vandalismo, guardianes firmes de la historia viva que es la Tradición perenne, ejemplos vivos de la manera en que los pueblos viven su vida auténtica indiferentes a los caprichos revolucionarios que sacuden las cimas del poder político. La familia cristiana y el municipio romano siguen existiendo, mientras caen a cada generación monarquías y repúblicas, imperios y señoríos. Su supremacía está en su radical y única autenticidad.