LAS BRIGADAS FEMENINAS SANTA JUANA DE ARCO

Las «Agustinas de Aragón» y «Margaritas» mexicanas: las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco

No podría entenderse las dos Cristiadas sin la cooperación total de las mujeres cristeras. Ya en agosto de 1926 habían sido las primeras y más decididas a la hora de montar guardia en las iglesias. Los hombres acudían a defender las iglesias para también defender a sus mujeres. En los orígenes de la Cristiada las mujeres mexicanas cuentan con la primera mártir, María del Carmen Robles, que muere resistiendo las deshonestas propuestas del General Vargas. El movimiento cristero encuentra en estas mujeres el sostén insustituible sobre el que se pueden forjar los mecanismos necesarios para sobrevivir. La ayuda ofrecida por las mujeres no está desarticulada sino organizada y sometida a innumerables riesgos. La ineficacia de la Liga Nacional de Defensa (donde se agrupan los católicos especialmente urbanos) lleva a la consolidación de la Unión Popular y posteriormente a la formación de las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco.

Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco se fundan en Jalisco el 21 de junio de 1927. La Iglesia acababa de canonizar a Santa Juana de Arco. 17 muchachas en Zapopán , Jalisco, fundan la primera brigada Santa Juana de Arco. Sus edades comprenden entre los 15 y los 25 años y son solteras en su mayoría. Están dirigidas por jefes de la Unión Popular cuya edad no superaba los 30 años. Pronto las Brigadas se extienden por todo el país y llegan a encuadrar a más de 10.000 mujeres organizadas. En México Distrito Federal, feudo de la Revolución, la organización empieza a funcionar en enero de 1928. Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco trabajan en la clandestinidad, imponiendo a sus miembros un juramento de obediencia y de secreto. La estructura es jerárquica y militar pues se las supone un cuerpo más de combate en la guerra cristera. Entre sus funciones se encuentra estructurar un sistema de financiación recaudando dinero entre los católicos mexicanos. También es labor fundamental la compra de armas y municiones y el aprovisionamiento a las tropas cristeras. El municionamiento de las tropas cristeras no es sencillo pues tienen que luchar contra un embargo decretado por Estados Unidos que prohíbe vender armas y municiones a los cristeros. Los cristeros provenientes del mundo rural no pueden fabricar munición, por lo tanto su pervivencia depende de la labor de las mujeres.

La eficacia de las Brigadas en este campo es rotunda. Gracias a las brigadistas y a los obreros católicos de las fábricas de armas del Estado, pueden establecer un sistema de abastecimiento de cartuchos. Las muchachas acuden de las provincias a recoger la munición a la capital y la trasportan a los lugares de combate camuflada en chalecos especiales con doble forro. Cada chaleco puede llegar a contener más de 500 cartuchos. La carga debe pasar numerosos controles y llegar a su destino en las montañas.

En un principio la Liga acepta que las Brigadas tengan un funcionamiento autónomo, pero pronto desean controlarlas ya que la propia Liga es incapaz de crear una organización semejante. Al resistirse a un control por parte de la Liga, la propia Liga abre un expediente teológico contra ellas, presentándolas ante Roma como una sociedad secreta. Su secretismo no es otro que el propio de una organización de resistencia en estado de guerra. Pese a la incomprensión de los católicos cómodos ellas se sacrifican hasta el heroísmo para mantener todas las necesidades de los cristeros en lucha. Denunciadas reiteradamente ante Roma, se dan indicaciones desde la Curia para que cese el juramento de obediencia y secreto. Fieles a la Iglesia, las dirigentes de las Brigadas dejan de exigirlo. El desastre entonces se hace inevitable. Las Brigadas habían conseguido mantener en jaque al gobierno sin que éste hubiera podido desarticular la organización. Sin embargo, ante la nueva situación, las filtraciones desmoronan la organización. En verano de 1929 numerosas militantes son detenidas y deportadas.

Pero las Brigadas Femeninas no son sólo una organización con fines militares, sino que son también una organización caritativa y social. Las mujeres, ante las leyes anticlericales, han lanzado a los hombres a los montes. Ellas mismas, en las zonas dominadas por los cristeros, se quedan cultivando los campos y cuidando las casas, además se encargan de abastecer de alimentos a las tropas. Otras veces, las mujeres se convierten en soporte vital al ocultarse con sus hijos en las mismas montañas en las que están sus maridos, hijos o hermanos. También se organizan servicios sanitarios, cuerpos de enfermeras y, lo más importante, se organizan para mantener viva la catequesis y la religiosidad. Las Brigadas toman como base de militancia los grupos de catequesis parroquiales y las Adoraciones Nocturnas femeninas y su base social abarca todas las capas sociales. Los mandos están compuestos sin embargo, en su mayoría, por sencillas mujeres campesinas.
Andrés Azkue. Mujeres Cristeras, en La Cristiada. Los cristeros mexicanos (1926-1941)

El JURAMENTO de las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco era prestado de rodillas DELANTE DEL CRUCIFIJO:


«Ante Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ante la Santísima Virgen de Guadalupe y ante la Faz de mi Patria, yo, N. Juro que; aunque me martiricen o me maten, me halaguen o prometan todos los reinos del mundo, guardaré el tiempo que sea necesario y en secreto absoluto todo sobre la existencia, actividades, y sobre todo, los nombres de personas, sus domicilios, señalamientos y particularidades…que se refieran a sus miembros.

Con la gracia de Dios, primero morir que convertirme en delatora»

Las muchachas de las Brigadas se organizaban en batallones, formados con tres escuadras cada uno. Cada miembro de la brigada tenía su grado y, para iniciarse en ella, se requería un juramento de fidelidad y de amor a Cristo Rey y a la Patria, por cuya causa luchaba. En ese acto, cada muchacha recitaba el juramento propio de los cristeros libertadores, en el cual ante un Crucifijo y de rodillas, la brigadista solemnemente prometía: “Luchar por la noble causa de Cristo y de la Patria, hasta vencer o morir; subordinación a los jefes; fraternidad cristiana con los compañeros; no manchar con actos indignos la santa Causa que se defendía, y preferir la muerte antes que denunciar o entregar a algún compañero cristero o de la Brigada”

Ellas mismas se ingeniaban para trasladar las provisiones hasta los campamentos cristeros en bosques y montañas, cuando no había arrieros que pudieran hacerlo. Forradas bajo el vestido con chalecos dobles de grueso paño, que las cubrían desde el pecho hasta las piernas, llevaban en ellos una gran cantidad de cartuchos y balas; todos los que cupieran en aquel molesto chaleco pegado a la piel. Treinta, cuarenta o más kilos de peso encima, y así se trasladaban en trenes de tercera, en tranvías, en carretas, o montadas en mulas para efectuar las incómodas travesías a través de cañadas, lomas llenas de güizaches; bajo el sol ardiente o bajo aguaceros que las calaba por completo y hacían de los senderos un martirio de lodo y barro; al filo de la fría madrugada o en medio de la noche. Lo que importaba era cumplir su misión por amor a Cristo Rey y a la Patria.

Estas intrépidas mujeres mexicanas de las beneméritas Brigadas Santa Juana de Arco merecen un destacado lugar de honor en nuestra historia y sentimientos de gratitud perenne entre las heroínas cristianas de todos los tiempos.

Verdaderas Agustinas de Aragón y también verdaderas «margaritas» mexicanas

Vivan las «margaritas» mexicanas: las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco

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