Esta era la vida de nuestros Círculos Carlistas, lugares de formación política y religiosa, con conferencias y tertulias, sociabilidad tradicionalista con el servicio de bar siempre presente en sus locales. Centros de vida comunitaria y conspiración política contra el estado liberal, de un carlismo en estado permanente de insurrección. En los periodos electorales hacían las veces de oficinas electorales para la propaganda de las candidaturas católico-monárquicas.
Actividades deportivas como los clubes de fútbol, ciclismo, pelota, proliferando los gimnasios y las prácticas de tiro, veladas literario-musicales, además de bailes, juegos; se fomentó el teatro, grupos de danzas folclóricas y bandas de música. Se cuidó con esmero el mutualismo y la escolarización. El centro carlista de Valls fue artífice de la Renaixença castellera en Valls (Tarragona) donde uno de los dos grupos, la Colla Vella, que era la de los labradores, también era conocida por la «Colla dels carlins».
Algunos intentos por recuperar tierras comunales en Navarra se gestaron igualmente en círculos carlistas de las tierras navarras. En los Círculos carlistas existían bolsas de trabajo y fondo de ayuda a los trabajadores para paliar los efectos del liberalismo económico. Toda una contra-sociedad de signo tradicional, en una palabra: De los círculos jaimistas (carlistas) de Barcelona surgieron los Sindicatos Libres, exactamente del Ateneo Obrero Legitimista en 1919, que se extendieron pronto por todas las Españas. Igualmente surgieron en ellos los Requetés que defendieron, contra los blasquistas y los lerrouxistas los centros y expresiones de culto católico en Valencia y Cataluña prueba de la gran vitalidad juvenil de aquellos círculos… y que decir de las margaritas, las mujeres carlistas, y su encomiable labor social y de caridad que se irradiaron desde aquellos círculos.
Una comunidad popular hispánica organizada frente al liberalismo.
Jesús Evaristo Casariego. La Verdad del tradicionalismo
Durante el larguísimo período de la Revolución, fueron los Círculos Carlistas refugio de lo más íntegro y puro que había en España. Eran, por lo general, locales muy modestos y recatados que contrastaban elocuentemente con los confortables Casinos de la burguesía liberal y con las revueltas y pringosas mal llamadas «casas del pueblo».
Los Círculos Carlistas solían adornarse un poco infantilmente con aire pueblerino, fuera de las exigencias de la moda francesa o inglesa que imperaba. Lo más frecuente era que dominasen los motivos heráldicos, en los que se multiplicaban flores de lis y boinas bermejas. Su iconografía era siempre religiosa y militar. Cuadros de Santos y Caudillos, románticas y descoloridas litografías de guerrilleros y de escenas de batallas y vivacs.
Dentro de ellos se reunía -bien con su Dios y en paz con su conciencia- lo que en frase convertida en tópico llamaba nuestra Prensa «la gran familia carlista». Una perfecta y exacta democracia, una hermandad católica reinaba entre los hombres y las clases. Al lado del noble, del hombre de carrera y de negocios, tomaban café los menestrales, los adolescentes, los curas. Sirvan de ejemplo aquellas reuniones que se celebraban en el Palacio-Museo del Marqués de Cerralbo, de Madrid, a las que asistían por invitación y turno todos los carlistas de la Corte.
La suprema jerarquía en orden al respeto era la del veterano, es decir el anciano glorioso que se había batido en los Reales Ejércitos y contaba a todos cómo había muerto Radica o cómo vio pasar al Rey, jinete en su blanco caballo de romance, con la boina y las endrinas barbas florecidas.
El lenguaje era mesurado y respetuoso. Jamás estallaban las blasfemias, y había dos palabras que se pronunciaban siempre con un respeto que rayaba en unción: el Rey, el señor.
¡El Rey! ¡El señor! Toda su magnífica reciedumbre fonética, esa fortaleza masculina de las erres, sonaba sin recortes de adulación cortesana, porque el Rey, el señor, proscrito, perseguido, no podía conceder a sus leales más mercedes que aquellas sobrias y afectuosas cartas que como el oro más caro de sus recuerdos guardaban nuestros padres y nuestros abuelos. Aquellas cartas de la realeza auténtica a sus vasallos fieles, que terminaban casi siempre con un «un abrazo» o «tu afectísimo» Carlos o Jaime.
Nunca podré olvidar el orgullo con que un humilde fogonero de las minas de Asturias me enseñaba una foto que le había dedicado el Rey Don Jaime, a quien con ocasión de la peregrinación carlista a Lourdes, había ido a ver a pie, desde Ujo, a través del Pirineo nevado, sabiendo que el único premio a su esfuerzo iba a ser besar la mano del Rey. ¡Ejemplo admirable de los hombres de un ideal santificado!.
¡Cuanto bien han hecho a España los Círculos Carlistas con sus estampas desvaídas, sus lises de papel, sus veladas familiares y el espíritu integro, terco y sublimado de recia y sana virilidad de los hombres que en ellos se formaban!.
Frente al Círculo Carlista, combatiéndolo, intrigando contra él, estaba lo frívolo, lo veleidoso, lo extranjerizante, lo corrompido, lo perverso y, en el mejor de los casos, lo acomodaticio o lo engañado.
De los Círculos Carlistas -de Navarra y de fuera de Navarra, que el carlismo fué siempre un ideal nacional que no es posible localizar -salieron los treinta mil voluntarios de los primeros ocho días del Movimiento, base del Ejercito de Mola y primeras masas considerables que corrieron a cubrir -rezando y cantando sus himnos- los frentes de combate de Ochandiano, Guipúzcoa, Somosierra, Guadarrama, Aragón…
De los Círculos Carlistas salieron los discursos de Mella, las afirmaciones de Pradera, los textos de Aparisi, los insuperables documentos de los Reyes para extenderse por todo el país; doctrina completa y sana (…)
Lejos de apetencias inmediatas de Poder por el Poder mismo, aislado en una oposición irreductible contra todas las falsedades existentes, perseguido y odiado, el carlismo era unas veces un poderoso Ejército combatiente que cubría de boinas blancas y coloradas las ásperas topografías de la Patria y otras una Comunidad de luchadores, casi al borde de la ley, que vivía rindiendo culto a sus profundos fervores y fortaleciéndose espiritual y físicamente para reanudar la lucha en la primera ocasión que se presentase.
Dos elementos se perfilaban clarísimamente dentro de la Comunión: el religioso y el militar. Lo político, lo electoral, era secundario . Si se asistía a los Comicios y se hablaba en el Parlamento era -como ordenó el Rey Don Carlos- para aprovechar tan formidable medio de propaganda. El Congreso sólo se consideraba como una magnífica caja de resonancia donde la voz de la Tradición cantaba virilmente sus protestas por bocas tan excelsas como las de Monterola, de Mella, de Pradera.
El carlismo enraizado en las más hondas realidades de lo español, se desarrollaba en las clases menos contaminadas, donde con más pureza se conservaban los auténticos valores de la raza: los hidalgos rurales, las masas aldeanas, los curas…
En las viejas ciudades de provincias, de angostas calles y piedras ennegrecidas, el carlismo, al margen de muchas discordias y apetitos, laboraba incesantemente para mantener vivo el ideal y dispuestos los hombres al sacrificio por él (…)FONTANA, José María, Dos trenes se cruzan en Reus, Acervo, Barcelona, 1979, pp. 339-34
«En Reus había también obreros «de derecha» (…) en primer lugar los militantes del carlismo; guarecían en el «Centro Tradicionalista» (…) Para mí el carlismo —al que respetaba y admiraba literariamente después de haber leído a don Ramón del Valle Inclán— fue siempre un misterio, asimilable a los cataros, superior a mis pobres entendederas, y cuyos planteamientos viscerales chocaban con mi lamentable racionalidad, si bien iba por allí algunas veces (…) el ambiente era netamente proletario y militante, a tal extremo que los ricos de Reus daban una discreta vuelta para no pasar ni por su acera (…) no se atrevían con ellos ni siquiera los marxistas (…) La afinidad proletaria hizo que los odios contra ellos fueran sañudos…»
La foto que encabeza la entrada es del Circulo Carlista de Villava (Navarra). La que lo cierra es de la Penya España, antiguo e impresionante Circulo Carlista de Vila- Real de los Infantes (Castellón) y la anterior es el Casino Els Carlins, antiguo Circulo Carlista de Manresa (Barcelona). Estas seguras. La segunda, creo que es el Circulo carlista de Mañeru (Navarra), aunque no lo aseguro , y la otra ni idea.