1-Toda la obra de Gambra participa, en mayor o menor medida, y en conexión ya directa o indirecta, de la comprensión última y el repudio radical de lo que supuso la civilización racionalista y su núcleo teorético. Así, una buena parte de sus afanes ha quedado para la descripción de lo que de mortífero tiene el racionalismo y para la recuperación del auténtico aliento humano que se produce cuando logramos desprendernos de la influencia de aquel. Esta es la auténtica constante –en filosofía o en política- de todo su quehacer, vertido, en cuanto a la primera, en los últimos años cuarenta y los cincuenta hacia la depuración de la reacción antirracionalista que fue la filosofía existencial, y de los setenta en adelante hacia la denuncia de la delicuescencia intelectual promovida por el progresismo religioso; al tiempo que desarrollando, en cuanto a la segunda, en la reivindicación del régimen político tradicional y en la denuncia del avance hacia el modelo demoliberal, durante los años cincuenta y sesenta, así como, a partir de los setenta, en la comprobación diaria de su carácter disolvente.
2- La primera idea que, ya en concreto, debe ser subrayada, porque es previa a la trabazón del resto que le siguen , y tiene que ver con el modo singular de combate intelectual del presente que es la guerra psicológica, toca a la manipulación del lenguaje como medio de lavado de cerebro y de revolución. Porque los términos lingüísticos tienen un hálito emocional, y porque mytos y logos se encuentran en el lenguaje humano. Por ello, nuestro autor dedico algunos trazos de su quehacer a hacer ver como el lenguaje – su trasmutación semántica y su mitificación – es factor esencial para la gran mutación mental que se opera ante nuestros ojos, con el ánimo de desvelar el sentido de la revolución cultural vivida en nuestros tiempos.
3- A continuación, nos topamos con la comprensión de la vida humana, no como autorrealización o liberación de trabas, sino como entrega (compromiso) e “intercambio” con algo superior que se asimila espiritualmente. Nuestro autor reelabora así, las teorías del engagement –expuestas por Camus y Sartre- y del apprivoisement saint-exuperyano. Son nociones y actitudes, complementarias en su fondo, que le permiten criticar bajo una nueva luz el individualismo –en cuanto antropología encapsuladora -,el esteticismo- y sus múltiples concreciones, entre las que pueden mencionarse el turismo y su visión pintoresca del mundo –y el liberalismo del puro Estado de derecho.
4- Ligada directamente con lo anterior y también con resonancias de Saint-Exupery, aparece la concepción del habitáculo humano como mansión en el espacio y rito en el tiempo. Ambos nos otorgan el sentido de las cosas: la primera lleva a la conservación del mundo visual de cosas, que no cambian y libran al hombre, en su percepción diaria, de la tragedia intima del envejecimiento y de la anticipación del morir; el segundo alberga al hombre en el tiempo, formando la estructura del tiempo humano, y librándole de perderse en un día sin horas o una semana sin días o en un año sin fiestas que “no muestra rostro alguno”.
5- Vienen a continuación varias aproximaciones a la radicalidad del hecho social, profundamente entrelazadas. Y en primer lugar, la comprensión de la sociedad básica como proyección de las potencialidades humanas, incluida la individualidad. Porque si la sociabilidad humana -explica- es una tendencia íntegramente natural en el hombre, esto es, si el hombre es un animal social, esta tendencia ha de calar los tres estratos onticos –ser de la naturaleza, animalidad y racionalidad, así como los tres modos de tendencia –impulso natural, instinto y voluntad racional- serán fuentes en estrecha colaboración, de la vida social. Una sociedad es, pues, una estructura muy compleja en la que se superponen elementos comunitarios y aglutinantes muy diversos, legales y organizativos unos, consuetudinarios y tradicionales otros. Concebirla y querer estudiarla solo desde un punto de vista racional, en cambio es caer voluntariamente en un exclusivismo y cerrar la posibilidad de comprenderla adecuadamente.
6- Toda sociedad humana recibe también una fundamentación religiosa, pues tiene sus orígenes en una creencia y una emoción colectivas, frente a la concepción liberal y tecnocrática que niega pueda constituir un objeto susceptible de religación sobrenatural o sea penetrable por ella. En efecto, si el hombre es – de un lado- un compuesto de cuerpo y alma llamado por la gracia al orden sobrenatural, y –de otro- la sociedad emerge como eclosión de la misma naturaleza humana, no parece que tenga explicación el hecho de que la sociedad, en sí, quiera prescindir del aspecto trascendente de la vida: el hombre esta religado con Dios pública y privadamente individual y socialmente.
7- Por tanto, la sociedad humana aparece no solo como una realidad permeable a una inspiración religiosa de fines y de espíritu, sino como algo esencialmente religioso –comunitario, en el sentido que otorga al término, y que referiremos acto seguido- precisamente por radicar en la naturaleza humana a modo de proyección de sus tendencias y estratos profundos. La consecuencia práctica de sostener esa esencialidad de las formas de gobierno en sus implicaciones religiosas, frente al indiferentismo de los liberalismos católicos y las democracias cristianas, que no van más allá de la impregnación religiosa por los individuos, es inmensa y la existencia de orden social cristiano aparece en el corazón de la discrepancia.8- La naturaleza de esa sociedad inspirada por el sentido de la religación, esa forma especial de vivir los hombres en Ciudad humana bajo una inspiración religiosa, puede encerrarse con el termino comunidad, por oposición a la mera coexistencia en que se resuelve el contractualismo social y el voluntarismo carismático: reconoce orígenes religiosos y naturales y no simplemente convencionales o pactados: posee, en fin lazos internos, no solo voluntarios-racionales, sino emocionales y de actitud. La percepción de la sociedad histórica o concreta no es así en su origen el de una convivencia jurídica, ni siquiera se define por el sentimiento de solidaridad o independencia entre sus miembros, sino que se acompaña de la creencia en que el grupo transmite un cierto valor sagrado y del sentimiento de fe y veneración hacia unos orígenes sagrados más o menos oscuramente vividos. Forma por los mismo, para terminar, una “sociedad de deberes” con un nexo de naturaleza distinto al de la sociedad de derechos, pues si esta brota del contrato y de una finalidad consciente, en aquella la obligación política adquiere un sentido radical, pues incide en ella un orden sobrenatural que posee el primario derecho a ser respetado.
MIGUEL AYUSO. KOINOS. El pensamiento político de Rafael Gambra. SPEIRO.
«La democracia liberal viene a ser, en fin, la consagración oficial del exilio como forma permanente de gobierno e ideal humano: la negación de un cimiento estable para la sociedad, la extirpación de las raíces, la supresión de los objetivos finales y de la trascendencia, la negación a priori de la sociedad como comunión en una fe y una esperanza, la eliminación de todo punto de referencia en la vida de los hombres. En la democracia moderna las convicciones se convierten en opiniones, el derecho es meramente positivo y circunstancial, y la autoridad en gerencia circunstancial. El único derecho que no figura en la Declaración de Derechos Humanos es el de sostener una verdad objetiva y edificar sobre ella una comunidad humana. En una conferencia sobre la Constitución española decía el profesor Sánchez Agesta que toda Constitución democrática arranca de una primera afirmación (o constatación): que los ciudadanos de ese país no están conformes entre sí, y que es, por lo tanto, necesario organizar ese desacuerdo mediante leyes «pluralistas»; es decir, establecer normas prácticas para acuerdos circunstanciales que permitan la convivencia. La comunidad nacional, según esto, se define por su limitación (no por lo que es, sino por lo que le falta), sacrificando a ese postulado el fondo y la coherencia última que precisa cualquier legislación , necesaria a todos, incluso a los disidentes. La comunidad nacional se define así como no-comunidad, con lo que se justifica desde los principios todo movimiento disgregador y «contestatario».
Pero una verdadera sociedad histórica, mientras permanece en su ser, no es mera convivencia ni organización de medios. Es, ante todo, comunión profunda de fe, de anhelos y de emociones. Comunión también en un pasado, en una ejecutoria. Se piensa hoy a menudo que, puesto que los técnicos entienden de la gerencia y administración de los medios, es a ellos a quienes hay que confiar el gobierno de los pueblos. Lo cual sería como confiar a una computadora o un ordenador la dirección de una empresa. Las técnicas, como la inspiración de los artistas, nacen en el seno de una civilización, pero si sólo de técnicos y artistas hubiera dependido, jamas civilización habría irrumpido en el torrente de la historia, ni hubiera desempeñado un protagonismo histórico. La sociedad liberal, neutra y tecnocrática, vive de lo que queda en las conciencias y en las familias de fe y de comunidad auténtica, y se extinguirá, o será absorbida por otra, si llegan a secarse por entero esas raíces profundas. Ya que, como ha escrito Thibon, es » posible lanzarse al vacío, pero no lo es lanzarse desde el vacío».
Rafael Gambra Ciudad, en El Exilio y el Reino
Resumiendo este “contenido esencial” del pensamiento tradicional –y del tradicionalismo político- hemos llegado a estas notas o determinaciones más comunes o generales:
-Concepción de la sociedad como comunidad, con un sobre-ti y una “ortodoxia pública” que en el pasado de nuestra civilización fue el régimen de Cristiandad.
-Fundamento familiar de la sociedad, y sentido de pietas patria que alcanza hasta la concepción del poder.
-Estructura corporativa e institucional de la sociedad y jerarquización teleológica.
-Principio general de “subsidiariedad” en la aplicación del poder con respeto a la global “soberanía social” y a las foralidades locales, territoriales, profesionales.
-Representación orgánica.
Rafael Gambra Ciudad. Tradición o mimetismo