LO HEROICO, LO TRÁGICO Y LO GUERRERO EN LA TAUROMAQUIA

«Los toros son la fiesta más culta que hay en el mundo»
Federico García Lorca

«Si nuestro teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros, sería magnífico. Si hubiese sabido transportar esa violencia estética, sería un teatro heroico como La Iliada… Una corrida de toros es algo muy hermoso»
Ramón María del Valle-Inclán

Desde el punto de vista natural existe la certeza absoluta de la muerte como fin necesario de la vida. El sociólogo catalán Javier Barryacoa en su magnífico ensayo «Tiempo muerto» ha recordado como un filósofo a medio camino entre lo moderno y lo postmoderno como Heidegger ya señalaba, en línea con un pensamiento clásico, que una de las diferencias esenciales del hombres respecto del resto de los animales es que el hombre tiene conciencia de su propia muerte. Pero distinguir entre el hombre y otros animales se ha vuelto ofensivo en nuestro tiempo.

Las paradojas del devenir moderno hacen coexistir los mayores ataques a la vida humana (aborto, eutanasia, drogas, terrorismo, explotación, etc…) con un desenfocado cuestionamiento de las tradiciones en las que se produce la muerte de los animales. Y en el fondo late la paradoja postmoderna: el hombre decadente postmoderno está preso de la angustia por conciliar el progreso colectivo con la decrepitud individual, lo que se acompaña de fenómenos tan sorprendentes como la creación de cementerios de mascotas y la tendencia a eliminar los cementerios humanos por la creciente moda de la incineración. El hombre pretende dejar de ser mortal al haber iniciado una deconstrucción de los símbolos de la muerte; una extraña forma de buscar la inmortalidad. En este contexto cualquier aliento de trascendencia, heroicidad o tragedia choca con las paradojas presentes, lo que explica en gran medida el desenfoque con que se trata la tauromaquia.

Sin lugar a dudas en el carácter heroico del toreo reside la mayor dignidad de la fiesta. El torero en la lidia justifica el inmenso acervo natural y ecológico que supone la cría del toro bravo; bella especie endémica y autóctonamente española cuya preservación depende del toreo. Con su arte despierta los sentimientos y sensibilidades más recónditos. Pero es por el carácter cruento del espectáculo, en un enfrentamiento directo entre el hombre y la bestia, por lo que la emoción traspasa su carácter meramente estético para generar un sentimiento que nos reencuentra con la principal certeza de lo que nos rodea: la muerte como fin necesario de la vida. Y el torero, siendo consciente de esta realidad inmanente se enfrenta a cada pase con la muerte, intenta dominar la bravura natural del toro con su arte y nos reencuentra con lo trascendente.

Y es que la fiesta de los toros está inequívocamente unida a la trascendencia, idea esta que tanto parece doler a la sociedad decadente que nos circunda. Los ritos y gestos formales son patrimonio del arte y la vergüenza torera. El primer rezo, como si de maitines tardíos se tratara, es al filo del mediodía. La habitación donde el torero se viste se transforma en una pequeña Catedral donde el mozo de espadas hace las veces de sacristán. Se disponen dos altares: uno con las imágenes por las que siente devoción el maestro y en el otro la silla ya hecha con el traje de luces. Rodilla en tierra clama al cielo con sus plegarias, mientras se procede a vestir con su luminosa mortaja. El torero se desposa con la muerte cuando toma la determinación de desarrollar esta profesión, y lejos de unirse a ella con temeridad o riesgo injustificable se pone en manos de Dios y a Él pide suerte. Al pasar el umbral del portón de entrada y con carácter preferente al de cualquier otra cuestión es de recibo la visita a la Capilla. Cuando los alguacilillos despejan la plaza y desde el portón de cuadrillas se abre el paseíllo el matador se sumerge en su intimidad, alza la mano y desea a sus compañeros «que Dios reparta suerte»… Se suceden un sinfín de persignaciones.

José Gomarusa en su Carta apologética de las funciones de toros de 1793 desecha con severidad la insinuación de que las corridas de toros procedan del circo romano y sitúa su origen en las «necesidad de templar el ánimo militar», explicación común a apologistas previos y contemporáneos. Esa nobleza guerrera y artística que se mostraba en las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira y en los símbolos tauricos de la Legio VIII Hispana, se conecta hace seis mil años en Creta, radiante cuna de la civilización pre-helénica, donde se celebraba el culto al toro con ejercicios taurinos. En Tesalia, las tauro-catapsias eran análogas a la tienta hispánica y a la ferrade de la Camarga, en tierras occitanos. Y así hasta que el Papa Clemente VIII reconoce que las corridas son una escuela de valor, y que pertenecen al patrimonio de España.

Ese carácter guerrero y heroico, traspasado por lo trágico, reside la esencial legitimidad moral de la Fiesta. En ese reencuentro y llamada continúa con la muerte el hombre se reencuentra con la vida, porque al dar muletazos a la muerte la misma se afronta con naturalidad, no escamoteándola ni ignorándola, preparándose debidamente con la invocación a Dios si sucede el hecho del fatal desenlace. Esta actitud encierra uno de los mayores misterios de la tauromaquia. ¿Qué hace a un hombre sobreponerse de una herida de veinte centímetros, atarse un rudimentario torniquete, y volverse a enfrentar a un toro mucho más pesado y mucho más rápido que él y que sigue contando con unas mortales defensas? ¿Qué hace a un hombre tener la sangre fría de templar a la bestia y dirigirla a su antojo? Recientemente el afamado y prestigioso veterinario Juan Carlos Illera tras cinco años de exhaustivo trabajo ha demostrado científicamente como la betaendorfina -hormona que segrega el organismo del toro- bloquea los receptores del dolor hasta que llega un momento en que el sufrimiento del toro puede llegar a ser casi nulo. Pero lo más llamativo es que el estudio, realizado desde un afán totalmente ajeno a cualquier interés promocional de la tauromaquia, ha suscitado el interés de la comunidad médica: «Los cirujanos de una plaza de toros nos comentaron el año pasado que era más que posible que la misma reacción hormonal que tenían los toros ante el dolor la tuviesen los toreros. El vídeo con el que los cirujanos trataron de probar esta teoría mostraba cómo un diestro había conseguido acabar la corrida con el puyazo de un toro en el pecho. La cornada había sido tan brutal que cuando le abrieron la chaquetilla en la enfermería, la piel se separó dejando ver el movimiento de los pulmones. Además le cosieron sin ningún tipo de anestesia, porque así lo pidió él, y sin que su cara mostrase el más mínimo signo de dolor».

Lo que subyace en cualquier crítica al arte de la tauromaquia en una visión distorsionada del orden natural. El igualitarismo liberal de la revolución francesa impuso un intento utópico de igualdad entre los hombres mediante la guillotina, intentando igualar a todos a la baja. El fervor de estas ideas sigue vigente y avanzado y hoy nos quieren animalizar, igualándonos a las bestias. Quieren degradar al hombre privándole de ser rey de la creación. Y la actual mentalidad postmoderna no puede soportar que el respeto y la sinceridad ante el hecho implacable de la muerte esté revestido de tal fuerza heroica y estética. Por el contrario la tauromaquia permanece altiva siendo uno de los últimos vestigios de momentos civilizacionales y culturales superiores a la mediocridad y el cinismo presente. En los que el respeto a la muerte y el temor de Dios se conjugan con el enfrentamiento con el toro.

4 comentarios

  1. Todos los argumentos antitaurinos están viciados de inicio por la aberración de situar a los animales a la misma altura que al hombre, algo radicalmente falso desde el punto de vista zoológico y antropológico, como teológico (el hombre es «rey de la creación»). Además en la práctica esta equiparación es teórica, pues en la actualidad el hombre recibe un trato mucho más vejatorio, especialmente con el abominable crimen abortista, que los animales. Especialmente el toro bravo recibe un trato mucho más privilegiado que cualquier animal salvaje o en cautividad. Los animales no tienen «derechos», no son sujeto de los mismos, lo cual sería una aberración jurídica y filosófica. El intento de dotar de derechos a los animales es un intento de filosofías de raíz naturalista y panteísta, de imprevisibles consecuencias porque su único fin lógico es el rebajamiento de la verdadera dignidad de la persona humana. No es elevar a los animales, sino al contrario rebajar al humano.
    Sólo quiero recordar que el mismo HITLER, era un «animalista» y los grupos neonazis son defensores de la abolición de las corridas de toros y partidarios de ese mismo «animalismo» (sólo hay que darse una vuelta por la red para comprobarlo); y eso no les impedía a Hitler y a sus seguidores ser partidarios del aborto, la eugenesia y el racismo biológico: Todo basado en ideas «naturalistas» de origen igualmente pagano.
    El evitar el maltrato, la crueldad contra los animales y el resto de la creación, no se basa en esos pretendidos «derechos» de los animales, sino en el comportamiento moral del propio hombre que le prohíbe la crueldad, por ejemplo, pero la fiesta de los toros, no entra en esos parámetros porque pertenece al campo de lo simbólico, cultural, ritual… y en todo caso su desaparición no debería ser producto de prohibiciones de tipo «iluminista» donde un grupo de «iluminados» «evolucionados» «concienciados» intentan imponer sus creencias naturalistas al resto de la comunidad.

  2. Viva la Fiesta Imperial:
    ¡La Fiesta que se celebra en Las Españas grandes! En España y Portugal, en el Rosellón y la Cerdeña –ocupadas por ahora por Francia–, en el Protectorado de Marruecos –Plaza de Toros de Tánger–, ¡en Colombia, en el Ecuador, en México, en el Perú y en Venezuela!

    «Hispanisima fiesta de los toros, gala y ornato del solar ibérico de todos los «deportes y solaces» el mas viril, intelectual, antiguo y bello, amado y ejercido en nuestra «piel de toro» por hispánicas gentes en milenios, Allí donde veáis cosos taurinos, allí llego el Imperio con cruces y banderas desplegadas, y su puño de hierro. El día en que ya aquí no lidien toros, podrán decir de cierto que han vencido los gringos, herejes y «cipayos» y que España se ha muerto.» JESÚS EVARISTO CASARIEGO EPÍSTOLA TAURINA A DIONISIO GAMALLO FIERROS (Luarca, San Isidro de 1981)

    VIVA EL IMPERIO / VIVAN LOS TOROS, FIESTA IMPERIAL

  3. En la Tauromaquia, se expresan temáticas antropológicas e incluso cosmológicas de gran calado: la vida y la muerte, el conflicto perenne entre la fuerza bruta (representada por el toro) y la racionalidad (que simboliza el torero); la frágil racionalidad del hombre en su lucha contra la fuerza colosal de la naturaleza; el polo masculino y el femenino (torero y toro). Todo ello ritualizado y de gran expresión estética. Culto al valor, al heroísmo, al sacrificio y a la entrega. Sentido trágico y trascendente de la existencia. El hombre es un ser ritual por naturaleza. Símbolos y expresiones que el mundo materialista y burgués, hedonista por esencia no entiende y rechaza.

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