El movimiento nacional espontáneo y revolucionario de julio de 1936, quedó convertido en un «Movimiento Nacional» institucionalizado y cuidadosamente montado pieza a pieza al servicio de la infinita ambición de Poder y mando del general Franco, que de ese modo asumió más poderes que jamás tuviera hombre alguno en España: «Caudillo por la gracia de Dios», «Sólo responsable ante Dios y la Historia», «Generalísimo de los Ejércitos», «Regente del Reino», «Jefe de Estado», «Jefe de Gobierno», con honores mayestáticos y entrada bajo palio en los templos.
Hombre de talento natural elemental, bien dispuesto para la pequeña política, el general Franco sorteó (casi podría decirse toreó) a unos y a otros, a los aliados y a los alemanes y fue sobreviviendo. A última hora se entendió con el liberalismo capitalista norteamericano, y el Presidente yanqui Eisenhower vino a visitarle a Madrid. Y así nos vimos con dos o tres Gibraltares más, uno de ellos a las puertas de la capital de España, pues Franco no dudó en convertir a España en una base norteamericana a cambio de su propia supervivencia. Supo rodearse de algunos hombres que sin salir de la mediocridad, fueron discretos y capaces, pero toleró los abusos y lucros de otros. Bajo su mando España disfrutó de una época favorable, de crecimiento económico, que después de unos años iniciales de hambre, elevó los niveles de vida popular. Pero no supo realizar la gran revolución industrial. No fomentó la investigación y la técnica y se entregó a las patentes y al capitalismo extranjero. Franco fue durísimo hasta la crueldad en sus primeros tiempos y blando y vacilante en sus últimos años. No supo o no quiso destruir de raíz las instituciones del liberalismo capitalista ni las causas y bases del marxismo revolucionario. En uno y otro caso sólo persiguió lo externo y lo aparente. Aquellos inclementes fusilamientos mucho después de terminada la guerra; aquella cruel y estúpida búsqueda de masones o la censura deprimente y torpe: así dió palos y desmanteló la carrocería externa del liberalismo y del marxismo, pero dejó intacto el motor y la dirección, con lo que a su muerte el vehículo se puso otra vez en marcha. Su engreimiento y su soberbia apartaron de su lado a todos los que no estaban dispuestos a decir amén, amén y amén a lo que él discurría y decretaba y a manejar noche y día el incensario de la adulación. Así, salvo algunas excepciones de técnicos honorables, se rodeó de oportunistas, trepadores y adulones, apartó a la juventud idealista procedente de la guerra y prohibió durante muchos años las asociaciones de ex-combatientes. Y su régimen, que él decía que lo dejaba todo «atado y bien atado», desapareció por la traición de los que él había escogido y le habían servido y medrado a su sombra. La serie de las traiciones de los «franquistas» al franquismo que decían servir, y al que sirvieron tantos años, constituye por sí sola una historia repugnante que algún día se escribirá con pelos y señales. Esas traiciones y la presión extranjera, acabaron totalmente con el régimen de Franco a los pocos meses de su pomposo entierro en el impresionante Valle de los Caídos. Franco hizo también su Constitución, o sea, sus Leyes fundamentales (Orgánica, Fuero de los españoles, etc., entre 1936 y 1967) que pronto le siguieron a la tumba. –1978.-En 1978, convertida la teórica Monarquía católica, social, etc., en Monarquía laica y democrática, etc., se aprobó otra Constitución que hizo el número 14 desde la de Bayona de 1808. Catorce Constituciones, entre sancionadas y nonatas, todas copias de textos extranjeros, a lo largo de 170 años, lo que da el promedio de una Constitución cada doce años. Y a cualquiera que considere esto, creo que se le ocurre la siguiente pregunta: ¿Puede vivir y desarrollarse una sociedad que cada doce años se «desconstituye» para «constituirse» bajo un signo contrario? Esto recuerda un refrán militar: Orden, contraorden, desorden. Y ese fue el signo de la España liberal de 1812 a nuestros días: un continuo y agotador desorden y contradesorden que nos llevó al momento actual, en el que llegamos a ser presa e irrisión hasta de las cañoneras marroquíes, y a la gran vileza de que en 1982, unos españoles denuncien a los ingleses los planes argentinos de ataque a Gibraltar. Esto me recuerda aquel rotundo y profético párrafo de Vázquez de Mella, en su famoso discurso sobre la neutralidad española, en 1915: «Cuando un tirano pone su planta sobre la cerviz de una víctima y ésta no se revuelve para combatir y libertarse del opresor, sino que besa la planta que le oprime, entonces tened por seguro que allí ha muerto un cuerpo y antes ha muerto un honor».
¿Habrá muerto ya el Honor de España?
No voy a hacer ahora análisis y crítica del actual período demoliberal-socialista-separatista que se inició en 1976. Lo estamos viviendo y aún no ha pasado de las manos frívolas y en algunos casos venales de los periodistas, a las no mucho más serias pero sí más engoladas de los historiadores. Pero no es desvelar ningún secreto, decir lo que todo el mundo ve, sabe y padece: mucho paro obrero en constante aumento, uno de los mayores de Europa; subida imparable de los precios; separatismo insolente, que con impunidad niega todos los días a España e insulta su bandera; terrorismo feroz que lleva implacablemente asesinados a centenares de ciudadanos; caída espectacular de la moneda; abrumadora deuda exterior; desprestigio internacional que hace que más allá de las fronteras nadie nos considere ni nos haga caso, pese a lo mucho que lo mendigamos. Y sobre todo esto, la quiebra flagrante del Estado de Derecho, pues el Estado de Derecho no está en pomposas declaraciones constitucionales, sino en que los ciudadanos se sientan defendidos, dentro de un orden jurídico, por un aparato estatal que ampara su honor, su vida, su libertad y sus bienes legítimos. Y aquí todo está fallando: los terroristas condenan a muerte y ejecutan, secuestran, privan de la libertad y se apoderan de los bienes bajo la amenaza de muertes y torturas a los secuestrados. Nadie puede negar que esto ocurre en la España actual y de los últimos años del franquismo. Y además, hay revistas canallescas, pornográficas, de chantaje, que insultan y atentan impunemente contra el buen nombre o la intimidad de los españoles. Y si efectivamente se asesina y se priva de libertad y se roba y extorsiona y se difama a los ciudadanos sin que un Estado impotente pueda evitarlo, ¿dónde está el Estado de Derecho?
El fatal proceso y desintegración de la España demoliberal que abandonó sus sabias y tradicionales leyes propias para plagiar otras exóticas hace más de ciento setenta años, sigue desarrollándose en una alternativa trágica y constantemente repetida de anarquía democrática e imposición dictatorial, o sea, de la jarana y la leña, según el pintoresco lenguaje de Galdós. Esto podemos experimentarlo de una forma más conocida, por más reciente, a lo largo de los últimos sesenta años, es decir, lo que alcanza la experiencia personal de los más viejos que todavía viven. El caos alfonsino de 1917-23, trajo la dictadura de Primo de Rivera; la dictadura de Primo de Rivera desembocó en la segunda República; la segunda República, con su renovado caos, engendró la guerra civil y la dictadura de Franco; y la dictadura de Franco se vio sucedida por «esto» que tenemos ahora. Ante tales realidades el historiador se pregunta, aunque sólo sea con curiosidad profesional: ¿qué va a venir después de «esto»?
Sólo Dios lo sabe.
Porque en la Historia siempre viene algo.
J.E Casariego, del libro inédito Las grandes razones históricas del Tradicionalismo español. Tomado de J. E Casariego BIOGRAFIA ANTOLOGICA Y CRITICA DE SU OBRA
Los culpables y responsables de los males del pueblo de España
«Las ideologías liberales y democráticas y sus hombres y partidos representativos (moderados, progresistas, demócratas, unionistas, radicales, conservadores, liberales, populistas, monárquicos y republicanos, centralistas, federalistas y separatistas; marxistas de la I Internacional (aliancistas), de la II (socialistas) y de las III (comunistas); incluso hasta los anarquistas, participaron oficialmente como tales con sus ministros ( aunque sólo fuera alguna vez) en el Gobierno de España desde 1812. Ellos, a través de sus doctrinas y asociaciones rigieron la Economía, la Universidad, el Ejército y la sociedad y la política toda; hicieron la Desamortización, crearon la nueva cultura y organizaron a su gusto la Administración, desde el Estado a los Municipios. Es un hecho cierto, rotundo, que ellos dieron nuevas formas a España y llevan mandando predominantemente (unas veces unos y otras otros) desde hace ciento setenta años.
En cambio, el tradicionalismo carlista jamás ocupó el poder. En 1833 y en 1872, se lo impidieron los extranjeros aliados del liberalismo; en 1936, el Ejército continuador del Ejército liberal, creó y apoyó la dictadura de Franco y proscribió a la Comunión Tradicionalista. Por lo tanto, cuando se habla de mal gobierno, de injusticias sociales, de desastres, de decadencia en España durante ese más de siglo y medio, la acusación va directamente contra los demo-liberales-marxistas que, en más o menos, tuvieron en sus manos el gobierno. Ningún reproche puede hacerse a los que jamás gobernaron y estuvieron siempre proscritos del Poder y perseguidos por él. Parodiando a un elocuente orador, podría decirse que el tradicionalismo español es una página en blanco en la que todavía puede escribirse todo, puesto que todavía no se ha emborronado nada. Así es que los reproches por los males de España pueden repartírselos entre ellos sin que a nosotros nos corresponda responsabilidad ninguna. A la España de los siglos XIX y XX que rompió con su tradición y renegó de sí misma, Dios la castigó y castiga con la impotencia y el fracaso».
(Discurso de J. E. Casariego en el Círculo Tradicionalista-Carlista de Madrid, el 22-VI-77).
En mi opinión, hay varias cosas del escrito de J.E. Casariego que pueden matizarse. La primera frase del texto es antagónica, pues el carácter inicial del Movimiento no fue revolucionario sino contrarrevolucionario; de carácter monárquico carlista. Tampoco fue espontáneo, sino planeado desde un inicio por el Carlismo y cuya raíz fue la Sanjurjada de 1932. El propio Rey Don Javier, entonces Príncipe Regente, consiguió llevar a cabo conversaciones con Portugal e Italia para que ambos países reconocieran al nuevo gobierno que había de surgir del Alzamiento.
Sin embargo, tras la muerte del General Sanjurjo, pro-carlista y Jefe Supremo del Alzamiento, el movimiento sería falsificado por el General Franco, que fue advenedizo de última hora y no tuvo participación alguna en su preparación (de hecho se mostró en todo momento contrario a sublevarse). El carácter contrarrevolucionario del Movimiento fue tergiversado y traicionado a raíz del mal llamado Decreto de «Unificación», que intentaba poner fin de una vez por todas al Carlismo en España, y dar paso al programa exótico y revolucionario de Falange, el cual fue rechazado por las máximas autoridades de la Comunión Tradicionalista.
Los franquistas a los que el señor Casariego refiere al final del primer texto, no fueron traidores al régimen de Franco, sino todo lo contario. Fueron totalmente coherentes con éste, pues el régimen del General Franco, como la propia Fundación Nacional que lleva su nombre reconoce, fue la preparación para el que hoy estamos sufriendo. Prueba de ello es el falso «Fuero de los españoles» creado en 1945 por dicho General, el cual recoge el principio masónico-liberal de «libertad de conciencia», condenado por la Iglesia Católica, y en práctica fue llevado a cabo como favorecedor de la herejía protestante en la España de aquel entonces.
Casariego no utiliza en este texto el termino, «revolucionario» en su sentido técnico y especifico (filosófico y teológico) es decir en su acepción de «Revolución» (en mayúscula), que le dieron los Papas del siglo XIX y es ya lugar común en el pensamiento político católico. Es decir como el proceso organizado, estructurado y dirigido de destrucción del Orden cristiano; sino el uso común etimológico, del latín «revolutio», «una vuelta», corrección de camino, dando la vuelta a la situación. No le da ningún sentido ideológico, sino el de cambio radical enfatizando su carácter de trasformación política y social que el carlismo le daba y no meramente conservador, reaccionario o de defensa del orden burgués de los derechistas y militares. En cuanto al carácter «espontaneo» se debe referir a su sentido de levantamiento general frente a una agresión directa de persecución religiosa y praxis subversiva por parte de la izquierda, cuyo zenit fue el asesinato de Calvo Sotelo, mas allá de la planificación que el carlismo izo del alzamiento. Pero el movimiento nacional general fue resultado «espontaneo» de una crisis total del sistema y de la reacción del pueblo católico. En todo caso, creo que lo importante es la distinción clara entre el Alzamiento del 18 de Julio, completamente legitimo con la adhesión plena del carlismo y el posterior régimen franquista. En cuanto a los «traidores» al franquismo, hubo muchos, mas allá que la deriva lógica del régimen era la vuelta al sistema alfonsino, mixtura mestiza católico-liberal (católicos como nuestros antepasados, liberales como nuestro siglo). No en vano el propio Franco era un declarado alfonsino y su proyección política no iba mas lejos que volver a su senda. Pero si existieron traidores a los principios mas sanos que pudiera tener el sistema y traidores al mismo sistema como estructura.