Castillo de Lignières, residencia en el exilio de S.A.R Don Sixto Enrique de Borbón
Los lectores de Tolkien no tendrán dificultad en identificar Eriador. Algo así es el país de Berry —nombre también familiar para los legitimistas—, pensamos mientras lo atravesamos camino del castillo de Lignières, entre los primeros colores del otoño.
En la tradición de sus antecesores, la acogida del Duque de Aranjuez a los españoles que lo visitan es siempre hospitalaria. Años de servicio a la Causa nos han llevado a Lignières en varias ocasiones. En esta ocupamos un cuarto presidido por la imagen de Santa Teresita del Niño Jesús (ella misma de familia legitimista, el Rey Don Jaime fue su primer devoto), y por el Crucifijo sobre la chimenea. En el ambiente, regio y familiar a un tiempo, sigue estando presente la Reina Doña Magdalena, madre de Don Sixto Enrique.
Como en otras habitaciones de Lignières —un castillo lleno de libros—, sobre el escritorio hay una pequeña biblioteca. Los Borbón Busset eran legitimistas de verdad, «blancos de España». Esa lealtad, el común servicio a la Cristiandad, la retiene su descendiente español, el actual señor del lugar. Dos títulos de esa estantería nos lo traen a la memoria: Le Drapeau de la France, Marius Sepet, París 1873. Recuerdos de cuando los monárquicos franceses, encabezados por el gran Enrique V, Conde de Chambord, rehusaron aceptar la infame bandera tricolor. Y un facsímil reciente, dedicado a Don Sixto Enrique de Borbón por su editor: Souvenirs de la Chouannerie, por J. Duchemin des Cepeaux, del original parisino de 1855. Lo abre una famosa cita del primer libro de los Macabeos, capítulo III, muy querida también de los carlistas: «Melius est nos mori in bello quam videre mala gentis nostrae et sanctorum».
Para Don Sixto Enrique, sin embargo, su condición de Infante de España supone a veces incomprensiones en una sociedad como la francesa, tan teñida de jacobinismo. Acaba de producirse una nueva escisión en la Acción Francesa. Los jóvenes promotores del Campamento Maxime Réal del Sarte, que se celebra anualmente en Lignières, se han separado del movimiento. El otro sector, en su órgano de prensa, les ha reprochado que se acojan a la protección de «un príncipe español». Lo cual, siendo rigurosamente cierto, no anula lo que decía Carlos VII, espejo de españoles castizos: que un Borbón nunca será enteramente extranjero en Francia.
Mas España está siempre presente en este exilio. En el comedor de diario, seguramente la estancia más frecuentada, nos miran desde las paredes los Reyes de las Españas de las Casas de Austria y de Borbón. Desde un ángulo hace lo mismo un joven Don Alfonso Carlos, de Borbón y Austria Este. Fino de Jerez, tinto de rioja y habanos nos acompañan. En una estancia de al lado se apila la colección de El Correo Español, a los pies de un jinete carlista de la Tercera Guerra. El trabajo, la conversación, giran una y otra vez en torno a las Españas todas, de ambos lados del océano, casi enteramente bajo el poder —dejémonos llevar de la metáfora inicial— de Mordor. Yugo infamante que es necesario sacudir, antes de que sea tarde.
Urge, de veras, el retorno del Rey.
Luis Infante
Breve y entrañable artículo, que nuestro amigo y admirado Luis Infante nos remitió en septiembre de 2009 para su publicación en El Matiner Carli y que hoy reproducimos, en su nueva etapa, como homenaje a su excelsa figura, tras su reciente y llorado fallecimiento. Él nos trasmitió el preciso sentido del carlismo como legitimismo y nos enseñó, con su vida, su verdadera entraña: LA LEALTAD.
Ante la muerte de un LEAL. “Ante Dios nunca serás héroe anónimo”. Requiescat in pace