Dawson hace suya la convicción agustiniana de que estamos viviendo en la última época y que el final se acerca. Con la Encarnación la historia contempló su máximo acontecimiento, y no queda ya, como dijo Newman, sino «reunirse con los santos…la angustia presente… está siempre próxima al otro mundo, en qué ha de resolverse». Con todo el católico del pasado nunca esperó ceñudamente el fin. Nunca se sintió obligado a ahorrarse al mundo ante la perspectiva del apocalipsis. Este sería el papel de un Heidegger, o de un filósofo existencialista, que ha pasado por la negación del ser. Para el pueblo católico de la historia el mundo era una auténtica joya, en cuya bondad todos estaban llamados a gozarse. Dawson considera la civilización barroca del XVII como la última gran expresión corporativa de la acogida católica del ser. No puede entenderse debidamente la ponderada censura que Dawson hace de la civilización industrial moderna sin leer su ensayo «Catolicismo y mentalidad burguesa«.
Después de recordarnos irónicamente que todos somos burgueses lo sepamos o no, Dawson pasa a identificar la mentalidad burguesa con el espíritu «cerrado», el espíritu comercial que jamás se ocupa de los hombres ni de las cosas y que es, por tanto, incapaz de darse. Siguiendo a Weber y Sombart, Dawson ve el espíritu burgués como algo encadenado en el mundo medieval, y liberado luego por la insistencia protestante en la Fe sola y por la negación del carácter sacerdotal del universo. Enemigo mortal del campesino, del aristócrata, del soldado, del sacerdote, del místico, del artista, el burgués puede definirse por su oposición a estos tipos existencialmente católicos.
El barroco se alzó como una protesta contra el espíritu comercial naciente en Holanda e Inglaterra. Formado en esta lucha, el barroco fue una cultura artificial, un mundo teatral que afirmaba de modo retumbante el esplendor y la grandeza de las cosas creadas por Dios. Fue una cultura erótica, que se consumió en Dios y en el hombre, una «cultura antieconómica que gastó su capital.. alegre y espléndidamente…el espíritu barroco vive inmerso en el triunfante momento de la exaltación creadora. Y tendrá todo o nada…»todo por el amor y que se pierda el mundo», «Nada, nada de nada».
Dawson ve en la retirada de Alejandro Farnesio desde París como uno de los momentos cruciales en la historia. La derrota de los ejércitos españoles supuso la victoria del espíritu cerrado sobre el abierto, del cauteloso sobre el exaltado, del prudente sobre el enamorado. Entonces vino a terminar la época de las grandes empresas de amor. Todavía el barroco continuo luchando. Una cultura cortesana, que reserva el Santísimo en un gran altar, como corresponde al Gran Rey, siguió siendo el espíritu de los pueblos católicos, tanto de la Europa latina como de la austríaca. Los alzamientos en la Vendée en 1793, en el Tirol en 1809, en el norte de España durante el siglo XIX, son, en opinión de Dawson, los últimos destellos de la grandeza del genio de la Contrarreforma.
Dawson nos previene contra el espíritu burgués; quizás hoy deba hablarse del espíritu post- burgués. El corazón «cerrado» se transforma en «dirigido desde fuera» cuando pierde su nervio. Vivimos ahora en un universo «dirigido desde fuera», de hombres grises. Si queremos salvaguardar nuestra herencia, una herencia que, se remonta más allá de los Santos Padres hasta la época de los Profetas, hemos de recobrar el sentido de la historia. De aquí la vuelta a San Agustín.
Termino por donde empecé: Dawson ha sugerido en estos últimos años la reforma de la Universidad católica a la que me refería en las primeras líneas. Ha sugerido que la cultura cristiana debe ser el centro de todas las tareas educacionales. Es dudoso que esto pueda realizarse por una disposición administrativa. Una revolución es lo que se necesita, una revolución que actúe en el interior de los investigadores católicos de todas partes. Leer «La dinámica de la historia del mundo» es ponerse en guardia ante los gastados esfuerzos llevados a cabo hoy para obligarnos a abandonar nuestra propia herencia en nombre de nuestra » dedicación al siglo XX», pero es también darse cuenta de que es posible esa revolución necesaria.
La significación ontológica del Barroco para el filósofo de la cultura es crucial <Con el paso de la cultura barroca se perdió un elemento vital de la civilización occidental. Donde sobrevivieron sus tradiciones hasta el siglo XIX, como en Austria y España, en algunos sitios de Italia y de Alemania meridional, se advierte un sabor más rico y un ritmo más vital que en los países en que triunfaba el espíritu burgués>. Esta observación de Dawson reitera, efectivamente, una experiencia común a muchos hombres del norte cuando por primera toman contacto con la vida del sur. Se encuentran aquí con un estilo o modo de ser que hace justicia a lo humano y a lo divino, un eco de aquella edad que se disolvió en medio de la batalla, un recuerdo del caballero y del duelo, la carroza cerrada y el bastón de plata, la Infantería española y Juan de la Cruz.
Ven en torno a ellos Iglesias alegres como salas de baile y advierten que el Barroco lo envolvía todo, lo infinito podía fundirse con lo finito y Dios podía volver de nuevo al mundo a deleitarse con los hijos de los hombres. Podemos describir metafísicamente al Barroco como una época en que el espíritu humano se abrió a Dios en un amor plenamente consciente de si mismo. Aquí está la clave de la cultura altamente teatral del siglo XVII: era una afirmación del mundo y de su carácter sacro, la rendición extática ante Dios de unos hombres que sabían bien lo que estaban haciendo. La Edad Media fue espléndidamente inocente e infantil en su amor de Dios, pero hay un rasgo irónico que sólo alcanza su plenitud adulta en el espíritu del Barroco. El hombre del siglo XIII tenía conciencia de la medida de su propia grandeza y de la herencia temporal que había recibido. Esto hizo de su rendición ante Dios una obra de arte. La misma perfección del esfuerzo católico Barroco se identifica con el hecho de que los hombres entonces conocieron el mundo (habían pasado por el Renacimiento), conocieron la naturaleza humana, amaron a uno y a otra y lo ofrecieron todo al servicio de Dios y de su Iglesia.
Frederick D. Wilhelmsen. Jacques Maritain y el espíritu del Barroco.
“Mientras que la arquitectura gótica de la Edad Media puede comparase a una lanza que saltaba de la tierra para alcanzar el Corazón de Dios, la barroca hizo que la Infinidad descendiera a la tierra, a fin de llenar el mundo con la bondad de Dios. El arte barroco es sumamente alegre, casi una fiesta de Dios, y se contrasta con la tristeza que llenaba el mundo protestante al Norte, por causa de haber rechazado la bondad de la creación de Dios. El énfasis dado a todo el arte de la Contrarreforma, un arte influido enormemente por la Compañía de Jesús, estriba en la alegría y en la libertad de la afirmación católica contra las negativas del mundo gris y puritano de la rebelión protestante. El espíritu de la Contrarreforma, del barroco, se puso tenazmente en contra del espíritu burgués del capitalismo calvinista. El barroco se alzó como una protesta contra la psicología comercial naciente en Holanda e Inglaterra.” FEDERICO WILHELMSEN. EL PROBLEMA DE OCCIDENTE Y LOS CRISTIANOS
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